viernes, 14 de noviembre de 2008

Google it!!

Nunca me llevé bien con la tecnología. Mi familia siempre estuvo diez años atrasada con todo lo que tuviera que ver con cosas modernas que se enchufan (o no). Cuando todos disfrutaban la radio doble casetera, nosotros recién teníamos una radio. Ni hablar del DVD. Todavía me acuerdo del vendedor queriéndonos vender un DVD y mi papá y yo emperrados en que queríamos una videocasetera nueva y que no nos molestara más. Hasta dos años atrás yo usaba walkman. Hasta hace dos meses me resistía a cambiar mi moderno disc man por un mp3 (de hecho, vino con el celular que me regalaron y sólo no uso mi disc man porque me lo robaron). Así que eso del espionaje histórico del que mi alumno hablaba es cosa nueva para mí. ¿Pagar una hora de Internet para ver a la otra, para conocerla y saber cómo es? Noooooo… ¿o sí?
Mis primeros intentos fueron con un amigovio que tuve. No tuve resultados satisfactorios así que no perdí tiempo, que significaba plata. Ya cuando comencé a trabajar en una empresa estadounidense donde la internet estaba liberada…uh, esa fue mi perdición. Las primeras veces fueron inocentes. La entrenadora del proyecto nos enseñaba a usar Google, ¨to optimize it¨ como le gustaba decir. Y te decía una palabra, por ejemplo ¨cd burner¨y después te gritaba tipo sargento ¨Google it!¨. Yo no sabía lo que era Google ni que se había transformado en un verbo (esto en 2004. Si la palabra Google ya se había transformado en verbo, es porque yo era un ente entre los entes y no sabía nada de la vida…). Y ahí, inocentemente, coloqué el nombre de él…y aparecieron cosas y cositas. Muchas no tenían nada que ver con nada, pero fue interesante. Después me entretuve buscando el árbol genealógico de mi familia polaca y me olvidé del espionaje histórico. Dos años después la necesidad de saber sobre Cristian me llevó a conocer todos los buscadores de la Internet y descubrir que se podían saber muchas cosas comprometedoras de las personas. Busqué, busqué y busqué algo de la otra, pero nada. Soy muy mala con las computadoras. Perdí mucho tiempo colocando nombres y apellidos, yendo de un link para otro como una maniática. Google it? ¡El Google es una mentira, no se encuentra nada! Fue una semana de infructuosa búsqueda de informaciones que me habían sido omitidas los últimos dos meses de relación con él. Si él no me las daba, yo me sentía con derecho a volverme una psicótica informatizada. Hasta que el sentido común golpeó mi cerebro y me dijo ¨loooocaaaaaaa¨. Y paré. No sin dejar de pensar en la maravillosa puerta a la sabiduría que era el Google y en las posibilidades que me brindaba. Y sin dejar de pensar en todo lo que quería saber de ella. Como si ella hubiera sido la responsable del fin de mi relación. Pasé otra semana queriendo saber y saber y él ya no me importaba, sólo quería saber de la otra. En total mi ¨dolor¨ duró un mes. Todo terminó gracias a mi primo que, en un acto de amor absoluto, se sentó frente a mí y de la nada me dijo la frase mágica, las palabras que yo esperaba, lo que yo quería saber:

¨Prima…es fea¨

GOOGLE IT!!.

Soldado que huye...

Soy profesora de inglés y de español en una escuela de lenguas. Doy clases para distintos niveles y edades; los grupos van desde los 5 años hasta adultos.
Hace dos días una pequeña situación me mostró que las mujeres somos mujeres desde que somos niñas. Inclusive siendo niñas pequeñas, tenemos vicios de mujeres grandes. Contextualización: la clase de inglés de la cual soy profesora se compone de dos nenes y dos nenas de 7 y 8 años. Los nenes desde el día que empezaron las clases se llevan de maravillas. Ahora los otros dos proyectos de arpías, parecen mi cuerpo y yo: nunca llegamos a un acuerdo. El único momento en el que concuerdan, es en el momento en el que atacan a los otros dos pobres individuos. O para criticar a alguien. O a algo.
El otro día estábamos sentados en el suelo las dos niñas, uno de los niños y yo practicando algoritmos en inglés. Una pequeña cuervita hacía comentarios sobre la pobre performance matemática que estaba teniendo la otra frente a una cuenta de multiplicar. En clases anterior, la cuervita dos hacía comentarios sobre los problemas lingüísticos de la criticona actual. Por más que yo interviniera con frases Madre Teresa del tipo ¨respetemos nuestros tiempos¨, nunca consigo que dejen de rumiar o suspirar alto. Conclusión: llanto de una, reto de mi parte, llanto de la otra. Y el sector masculino que ese día estaba en desventaja porque había faltado uno, arrastrándose de colita para atrás, se alejaba disimuladamente del círculo de lágrimas que se había transformado nuestra ronda y con cara de ¨tierra, tragame¨ o ¨¿en qué momento esto se volvió un reality show de cuarta?¨ me miraba con media sonrisa. Sólo pude comenzar a reír y decirle: ¨Bernardo, no huyas¨.
Esa fue una de las mejores muestras de cómo somos las mujeres. Somos malas y criticonas unas con otras. No importa cuánto nos queramos alejar de ese estereotipo de histéricas. Siempre aparece una veta que deja escapar la realidad. Somos competitivas entre nosotras, queremos ser la más inteligente, la más linda, la más independiente, la diferente. ¿Por qué no ser una sin comparaciones? Como dirían Bart y Lisa Simpson en un capítulo que los padres les preguntan cómo ser buena onda. Cansada de diferentes intentos de agradarle a sus hijos, la madre les dice: ¨tal vez ser buena onda es no es importarte con que te digan que lo eres. Y que no te importe te hace buena onda¨. ¿Podría ser que si no nos importara lo que las demás piensan de nosotras o si nos dejaran de importar LAS OTRAS seríamos más felices y más ¨buena onda¨? Probablemente sí, y los Bernardos del mundo no huirían despavoridos sin entender por qué nos importa tanto ver si Giselle Bundche tiene estrías o si Angelina Jolie engordó con los dos embarazos que tuvo. O si, digamos, la ex de ellos era linda, fea, gorda, flaca o en el caso de conocerla, si engordó, si está sola, si tiene novio nuevo… El miércoles pasado un alumno mío de español del grupo de adultos dijo que no tenía blog o página de internet porque las mujeres son unas locas que utilizan la tecnología para hacer espionaje histórico. O sea, usamos Internet para saber de la ex o ¨exes¨ de nuestro muchacho. Las dos mujeres que estábamos ahí lo atacamos furiosamente diciendo que eso lo hacían algunas y que ese era prejuicio masculino y del más puro. Una hora y media después, le estaba mostrando a mi alumna la foto de la ex de mi muchacho que encontré en Internet…

¡Bernardo, no huyas!

jueves, 13 de noviembre de 2008

Dos son compañía, tres es multitud.

Laura y yo pasamos por dos relaciones en las que una tercera persona apareció y sólo lo supimos cuando nosotras terminamos siendo la tercera persona, la que estaba de más.
Hacía casi dos años que yo estaba de novia con Cristian. Era una relación a distancia; yo vivía en Buenos Aires y él en Córdoba. 1200 kilómetros nos separaban, ocho horas de ómnibus y un acento diferente. Debería haber recordado la ley argentina: porteños y cordobeses no se juntan. Pero yo siempre fui una persona convencida que era una cuestión de prejuicios provinciales. Dos años después de conocerlo, supe que no. O por lo menos porteños con mi nombre y cordobeses con el nombre de Cristian no se juntan. Nos habíamos conocido en un viaje que hice para el pueblo de mi primo. El grupo se conformaba de la siguiente manera: primo nativo del lugar y novia (ahora esposa), primo en común y yo. Allí fuimos los cuatro a pasar unas dos semanas en esa ciudad con aire de pueblo. Sólo que en mi caso, por un problema de pasajes, terminé quedándome más días sola con mi tía y los primos de mi primo. Y entre ellos, estaba él. Todavía no sé qué fue que me gustó de él ni si me gustó algo. A la distancia, tengo buenos recuerdos pero ninguno apasionado. Lo que me lleva a la conclusión de que lo mío fue practicidad y ganas de estar con alguien. Y tuve mi pequeño castigo.
Yo supe desde el comienzo que no íbamos a ningún lado. Yo quería terminar el profesorado, continuar viajando, seguir estudiando después de viajar y juntarme con un compañero que me acompañase en mis viajes y en mis estudios y acompañarlo en los proyectos que él tuviera. En mi mente, era lógico y seguro que iba a encontrar a alguien así. Y si no lo encontraba, lo iba a transformar, porque en definitiva ¿yo no era la mujer maravillosa, moderna y aventurera que todo hombre quería? No era celosa, no llamaba por teléfono a cada rato, tenía mis amigos, tenía mis momentos a solas… ¿qué más iba a querer un hombre? Exactamente todo lo contrario. Aparentemente él quería una esposa, una madre y un ama de casa. La manera de enterarme de todo eso, no fue la mejor. Yo trabajaba en un call center estadounidense de las 9 a las 15 horas y así que llegaba lo primero que tenía que hacer era abrir mis e-mails. Las empresas estadounidenses aman mandar mil doscientos correos electrónicos informándote de los últimos lanzamientos de la compañía, lanzamientos que nunca vas a poder disfrutar porque el dólar está altísimo y el único motivo de estar trabajando ahí es porque sos mano de obra barata y fluente en inglés. Siempre tenía un mail Cristian contándome sobre sus últimas actividades en el correo de mi trabajo. Y ahí estaba el mail de siempre. Sólo que el contenido comenzaba diferente. ¨Estuve pensando en tomarnos un tiempo para ver qué sentimos. Estar un poco solos¨. ¿Tomarnos un tiempo? ¿Cuánto, por qué, de qué habla, será que el mail era para mí, qué pasó? Una catarata de preguntas me atacaron en menos de cinco segundos e imágenes de una vida juntos y viajes por Argentina en auto con nuestros niños se desvanecían como cuando se quema una foto. Debo aclarar que antes de ese mail NUNCA JAMÁS había tenido esas imágenes. En casi dos años de noviazgo, nunca pensé que él podría ser ese compañero que quería a mi lado. Pero el sacudón de ser la dejada me hizo apretar el botón que decía ¨solterona forever and ever¨. Y el orgullo se hizo presente: ¨Gracias por mandarme un mail al trabajo, podrías haberme llamado en vez de hacerme pasar por este momento. Si vos tenés dudas de tus sentimientos, es problema tuyo. Yo tengo bien claro lo que siento por vos y lo que quiero¨. Pensé que la rabia iba a dar resultado. Y dio… por un mail más en el que él respondió que lo disculpara, que él no sabía que yo lo quería tanto (¡ni yo sabía!) y que hablábamos después. Viendo que el contraataque había funcionado, me preparaba para uno telefónico. En mi mente, si le decía lo que él quería oír (que yo también quería casarme, tener hijos y ser ama de casa en su ciudad natal), todo se resolvería y el botón de ¨solterona forever and ever¨ desaparecería de mi mente. Ahora sé que si ese botón hubiera desaparecido, otro de ¨infeliz forever and ever¨ iba a aparecer. Pero en ese momento, sólo me veía sola en las próximas Navidades y Años Nuevos con toda mi familia preguntando cuándo iba a presentar un novio (de pedirme que me case ya habrían desistido) y viendo como todos mis primos menores y mayores se casaban y eran felices comiendo perdices. Lo gracioso es que en ningún momento me planteé el hecho de que todo giraba en torno a lo que el resto iba a decir. En ningún momento pensé en mí. O en él.
Y en esa nube de pensamientos incoherentes y bodas nunca realizadas, me preparaba para la llamada telefónica que salvaría nuestra relación…lástima que yo ya era la tercera persona, la que estaba de más y no lo sabía.

De carnavales y sapos

Mi amiga Laura tiene cuatro años menos que yo. Por algún motivo extraño, pasamos dos años de profesorado compartiendo la misma sala y las mismas materias sin hablarnos hasta que un día tuvimos que hacer un trabajo juntas y nunca más se fue de mi vida. Por suerte. Con ella pasamos viajes y amores frustrados, broncas y alegrías y muchos otros sentimientos contradictorios. Sabemos cuando tenemos que callarnos y sabemos cuándo nos tenemos que hablar. Nuestras peleas no pueden llamarse peleas sino pequeños desentendimientos. Y así fuimos pasando y sufriendo a nuestros príncipes que se transformaron en sapos o simples sapos que transformamos en príncipes.
El dato de que tiene cuatro años menos que yo no es un dato dado menor. Es un dato importante. Muchas veces la veo y me veo a mi misma exactos cuatro años atrás. Hace unos tres años atrás hicimos un viaje con la mochila en la espalda y la carpa bajo el brazo. Nos encontramos en el norte de Argentina, allá por la tierra de los diaguitas, unos de los pueblos originarios que más lucharon contra la conquista incaica de su territorio. Cuando el enemigo pasó a ser blanco y europeo, su fuerte espíritu guerrero fue acabado y casi desterrado de la faz de la tierra. Allí fuimos las dos para el carnaval que se celebra en febrero pero el espíritu guerrero de Laura estaba de vacaciones también. La costumbre del carnaval es la siguiente: unas personas con el rostro cubierto disfrazadas de diablos bajan de los cerros y durante una semana están posibilitados a cometer ¨diabluras¨. La gente bebe y baila durante una semana entera. Fuimos de pueblo en pueblo, conociendo diferentes personas y diferentes lugares. Y en el medio, el diablo metió la cola nomás. Mi amiga conoció, a falta de uno, DOS príncipes que se transformaron en sapos verdes y gordos. Vamos al primero: Fabián. Muchacho simpático y hippón como mi amiga, con una onda ¨don´t worry, be happy¨ y un cigarro verde con olor dulzón. Tan bien me cayó este chico a mi también, que me aguanté tener que quedarme fuera de la carpa algunas noches esperando que alguno de los dos recordara que no tenía dónde ir y que la llovizna que caía sobre mi pelo lleno de talco (costumbre carnavalezca que aún no entiendo), se iba a transformar en una masacote blanco futuro hogar de bichos varios. Pero claro: yo me olvido que mi percepción masculina nunca funcionó. Y ese que ocupó mi lugar en la carpa algunas noches era un sapo más que no merecía mi paciencia ni espera. Resumiendo: el verano acabó y algo estaba preocupando a Laura. La visita mensual todavía no había llegado y la fecha ya había pasado. ¿Sería que un Fabiancito estaría creciendo por ahí? Y ahí vino la conversación lógica de las dos: por qué sabiendo que hay que cuidarse una a veces no se cuida; que éramos dos personas educadas y que los accidentes pueden pasar pero eso no era bajo ningún concepto un accidente; que el embarazo no es lo peor que te puede pasar sino todo el resto y etc. etc. Pero la conclusión más estremecedora de una conversación así no es que te podés enfermar por una estupidez sino el hecho de que permitimos que eso pase. ¿Tan desesperadas por amor estamos que cuando nos ofrecen un momentito de cariño hacemos eso? ¿Por qué antes de pensar en esos minutos piel a piel con alguien no pensamos en nosotras? No es que quiero parecer una campaña de prevención contra enfermedades de transmisión sexual, pero realmente ¿hasta dónde somos capaces de llegar por sentirnos queridas o deseadas? Tenía ganas de matar a Laura, de decirle muchas cosas que una mamá diría porque pensaba en mí a esa edad. Pero no le dije nada. Yo también había comprado un test de embarazo con ella…

Arráncame la vida de un tirón…

El otro día vi un video muy interesante. Un hombre y una mujer hablando en un restaurante de paso bien típico de película estadounidense donde alguien grita ¨Dos huevos fritos con jamón y un café, por favor¨. Ella lo está dejando. Él se arranca el corazón y se lo da: ¨ya no lo voy a necesitar, es tuyo¨. Y aunque ella infructuosamente intenta devolvérselo, él le explica que a partir de ese momento, ese corazón ya no es más de él y que nunca más va a tener una relación buena con nadie. Que siempre comparará a las próximas mujeres con ella y que nada va a ser bueno de nuevo. Y ella lo acepta al verse ante tremenda confesión.
Últimamente no puedo quejarme de nada. La vida finalmente me sonríe. Después de toda una vida de andar de aquí para allá, de pasar por este o aquel tipo, encontré a alguien para compartir mis buenos y malos ratos. Y es entonces, es ahora, que me doy cuenta que… ¡Gustavo tenía razón! Gustavo es mi amiga y mi hombre de confianza. Literalmente. Él es mi mejor amiga (mote que estoy segura no le debe gustar mucho) y peor enemigo. Amiga porque la vida lo llevó a tener que aguantarme como cualquier amigona que nos aguanta desde hace años y peor enemigo porque la vida lo llevó a tener que decirme cosas que sólo un hombre puede decir. Parece un cliché, pero por más masculina que una mujer sea (mental o físicamente, no importa), no conseguimos tener ese grado de lucidez y ese gramito de pensamiento lógico que deberíamos tener a veces. ¨Ayer no me llamó, debe haber perdido mi teléfono, el celular se quedó sin batería, ¡lo abdujo un ovni!¨. Todo es creíble cuando somos las abandonadas. Todo es viable y tenemos doscientas cincuenta y cuatro excusas para explicar (nos) por qué el teléfono no sonó. ¿Bobas? No, mujeres. Paso a ilustrar estas líneas:
Años atrás estaba en el limbo de las mujeres enamoradas (u obsesionadas. Llega un punto en el que una no consigue diferenciar una cosa de la otra). Todo lo que le pasaba a él tenía que ver conmigo: ¨se desconectó del Messenger porque vio que yo entré¨, ¨me llamó no por qué me quedé con su cd preferido y nunca se lo devolví, ¡me llamó porque quiere verme! Ahí entra Gustavo: ¨se desconectó porque sí, mirá si va a estar viendo cuándo te conectás vos o no, ¿qué parte no entendés cuando te digo que NO LE IMPORTÁS?¨, ¨te llamó porque le secuestraste el cd, ¿por qué no TE hacés un favor y se lo devolvés por correo?¨. Claro que una siempre escucha lo que quiere. Cosas como ¨no le importás¨ se transforman automáticamente en ¨todavía no sabe que le importo¨ y ¨devolvéselo por correo¨ pasa a ser ¨obvio que queda mal mandárselo por correo, se lo doy en la mano, como cualquier persona normal haría¨.
El problema es que cualquier persona normal nunca hubiera secuestrado un cd en primer lugar. Pero eso sólo lo ves cuando pasaste por el proceso de abrazarte a la almohada en posición fetal y pensaste que te iban a encontrar dos días después muerta, asfixiada por una catarata de mocos que taparon tu nariz de tanto llorar. O lo ves cuando después de un tiempo, mucho o poco no importa, cuando tu corazoncito ya necesita un trasplante de tantos plantones y desencuentros misteriosos, llamadas nunca recibidas, e- mails nunca enviados y noches esporádicas que te dejan el gustito amargo de no sentirte satisfecha con eso que se te ofrece. ¨Ya no necesitarás esto¨ le decía a Bart Simpson la vecina de la cual él se había enamorado, mientras en su imaginación ella le arrancaba el corazón y se lo mostraba.
¿Será que siempre vamos a necesitar a alguien que nos arranque el corazón para darnos cuenta de las cosas? ¿O llegará el día en cual cansados de tantos ataques cardíacos emocionales nos vamos a arrancar el corazón como el hombre del video y olvidarnos de que es posible encontrar a ese otro que buscamos?