miércoles, 10 de junio de 2009

¡La peluquería es la solución!

Mi pelo y yo tenemos una relación de amor y odio. Más odio que amor. Ya tuve el pelo de muuuchos colores, tantos que no recuerdo mi color de pelo real. Ahora está en una etapa normal de rubio oscuro con reflejos que aparecieron con los lavados. Antes de viajar, pasé por el peluquero del barrio que queda al lado de mi casa, ni el pijama me tuve que sacar para ir (sí, re Doña Chola). Le pedí que me arreglara mis rulos naturales, que se estaban deshaciendo de tanta tintura. Yo no sé qué hizo, lo único que sé es que mi pelo está exactamente igual y mis bolsillos tienen 45 pesos menos. Sin contar que el día antes de mi casamiento, me fui a teñir las raíces y mi pelo que era rubio rubio terminó medio naranjeta lo cual me llevó a interminables llantos 24 horas antes del civil.

Así que pensando y pensando en por qué todavía mi peluquero amigo no se ganó una entrada en mi lista negra, me di cuenta de que mi relación con él es como cualquier relación que tuve con los hombres. Alguna vez hizo alguna cosa que me encantó y conservo esa imagen en mi mente. E insisto en mantener mi relación con él. Pero ahora cada vez que voy, pasa alguna catástrofe cabellerezca. ¨Cortame las puntas¨ y termino como Colón. ¨La pasé bárbaro¨ y nunca más nos vimos. ¨Manteneme el color¨ y parezco los Ositos Cariñosos de tantos colores que tengo. ¨Sos diferente a las otras chicas¨ y tan diferente soy que prefiere a las comunes.
Ya está, lo descubrí: el día que entienda a los peluqueros, entenderé a los hombres.

Así que muchachas, ¡a cortarse el pelo!

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